La noche anterior ponemos los garbanzos en remojo con abundante agua. Al día siguiente escurrimos bien los garbanzos para eliminar todo el agua.
En un robot de cocina o en una batidora trituramos los garbanzos crudos. A continuación añadimos la cebolla, el diente de ajo sin el gérmen para que no repita (aunque podéis echarlo entero), el cilantro, el comino, la levadura o el bicarbonato (nosotros le echamos levadura), la pimienta y la sal. La levadura y el bicarbonato son opcionales, nosotros hemos probado con los dos y sin echarle nada y queda bien en los tres casos, aunque si no le echáis ninguna de las dos cosas quedan un poco menos esponjosas. Trituramos todos los ingredientes y los mezclamos hasta que se integren bien.
Dejamos la mezcla en un bol tapado con un paño y lo metemos en la nevera durante al menos 40 minutos, aunque lo ideal es dejarlo reposar durante una hora, de esta manera nuestro falafel tendrá más sabor.
Sacamos el bol de la nevera, nos mojamos las manos y empezamos a hacer nuestras bolitas de falafel. Es importante mojarse las manos para que no se nos pegue la masa. Podéis darle forma redondeada o aplastar las bolitas un poco, a nosotros nos gustan más redondas, aunque la decisión es vuestra.
En una cacerola o sartén ponéis abundante aceite (que cubra casi por completo a nuestras bolitas) y dejáis que se caliente. Echamos las bolitas y las hacemos aproximadamente un minuto por cada lado o hasta que estén doradas. Es muy importante que el aceite esté muy caliente para que se hagan rápido por fuera y por dentro queden jugosas, además así absorberán muy poco aceite y serán más sanas. Cuando las saquéis del aceite ponedlas sobre un plato con papel absorbente para eliminar el exceso de aceite.